Llantos de belleza II

Tú lo sabías, nunca te lo dije la verdad, pero sabía que no hacía falta.
Lo habías leído en mi, en mi cuerpo, en mi mente, en mis ojos...
Tú sabías que, a menudo, me encerraba en mi cuarto, y que al hacerlo, me alejaba del mundo; desconectaba de todo lo ajeno, de todo lo exterior...
A veces, sentía que yo misma creaba un pequeño microclima, un microuniverso, lleno de muchas microcosas que, realmente, como decías, eran un cúmulo de microproblemas que mi espalda, a veces, no podía soportar. Alguna vez, no eran tan pequeños y de ahí que me pesaran tanto, que sentía el impulso de encerrarme en mi misma y no salir de allí, con la esperanza de que todo pasara... Nunca tuve la ilusión de que desaparecieran, porque, a pesar de la situación, no dejaba de ser realista; simplemente deseaba que disminuyera la sensación de que estaban allí, demasiado presentes... Tanto, que me hundía cada vez más, hasta el punto de que la idea de intentar solucionarlos ni siquiera parecía tener sentido o lógica.
Sabía que no era la solución, ni la decisión que me convenía, pero prefería gastar mi tiempo en tirarme en la cama. Nunca nadie me vio, pero me hacía desconectar, me acostaba en aquella posición que me hacía sentir menos débil, aislada, como si me protegiera una coraza; y que, de una forma u otra, hacía que todos los sentimientos que se hallaban en mi interior, atormentándome, se exteriorizaran. A veces, en lágrimas, otras, estando en soledad, en gritos de impotencia, de imposibilidad, incluso, de ira... Conmigo misma...
Quizás muchos no entiendan esta necesidad, y quizás lo mejor sería que ni la conocieran, pero yo la tenía. Lloraba. Lloraba a chorros. Abría las compuertas del llanto, tanto que se me llegó a empapar el alma. Creo que, incluso, podría decir que lloraba como un cacuy, como un cocodrillo... Si es verdad eso de que estos animales no dejan nunca de llorar. En ocasiones, tengo que reconocer que olvidaba el motivo por el cual había comenzado... Y seguía haciéndolo...
Era muy común que escuchara música triste, de personas tristes, que contaban historias aún más tristes... (Tú me mirabas y me decías "¡Joder que triste todo!") Estas, normalmente, me recordaban a los que estaban, a los que se fueron, y a los que nunca estuvieron porque simplemente no quisieron.
Me encantaban, y me encantan, los cantautores con voces profundas, pero rasgadas, aquellos que más que canciones, recitaban poesía, la cual te llegaba a los más hondo, porque ellos, sabían como llegar, porque ellos, ya habían estado antes...
Nunca olvidaré como él intentaba pronunciar los nombres de todos aquellos poetas ingleses. Recuerdo que te reías, yo aún más ("Esto es imposible", decías). Disfrutaba de aquellos momentos. Aquellos días, sabía que volvías a casa con tu objetivo cumplido; me habías hecho reír, un gran logro que me hacía olvidar, por un instante, lo que mi espalda llevaba a cuestas. Estar contigo. Disfrutar contigo. Eso, siempre estaba bien...
Siempre supiste donde te metías, me conocías, eras consciente de que yo le sonreía al mundo, como si me lo fuese a comer; y que lo que me costaba realmente era mostrarme tal cual estaba, tal y como era, como sigo siendo.
A veces, en ciertos momentos, era débil, más de lo normal, "Como todos" decías. Nadie es de piedra, no existen los corazones de acero, ni las personas que ni sienten ni padecen, frías, como el hielo.
Nunca te lo dije, pero sinceramente sé que lo sabías.
Te quise desde el primer momento en que me hiciste feliz en aquella tarde de abril.

Larissa Lorenzo

[Basado en un texto de BenjiVerdes ( https://youtu.be/kQkrlTppSg0)]

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